9 de julio de 1816...
Son muchos y variados los aspectos desde los que puede valorarse la declaración de la
Independencia. Su patriótica valentía frente a las amenazas de las potencias europeas, su
compromiso con la gesta libertadora de San Martín, su final decisión republicana, su
espíritu cívico, su vocación integradora a todas las regiones de la Republica, su decisión
de ser libres y para siempre de España y de cualquier otra dominación extranjera.
Como toda tarea emancipadora de cualquier pueblo del mundo, son infinitos los perfiles,
las aristas que despiertan admiración y la postrera veneración de sus conciudadanos.
Hoy queremos evocar uno de ellos, cuya valoración solo se puede acreditar con la necesaria
objetividad que asegura la distancia en el tiempo, a la vez que por el contraste con otros
hechos que hemos vivido y vivimos actualmente los argentinos.
Nos referimos a la honda convicción en las posibilidades de su patria que animaba a
aquellos hombres, a la viabilidad de una nación independiente, a la certeza de un futuro
argentino.
A principios de 1816 habían llegado a Tucumán, sede del Congreso, únicamente algunos de
los representantes designados, entre ellos los de Buenos Aires.
Un ambiente pesimista envolvía a habitantes y congresales. No era para menos. Parecía que
la antorcha de la libertad se apagaba en todo el continente. El general español Pablo
Morillo sofocaba la primera heroica revolución venezolana. Una era de terror y
persecución; se iniciaba desde el Orinoco y el Magdalena hasta el mar. A fines de 1816 la
revolución mexicana había sufrido un duro revés. Allí también se eclipso la estrella de la
revolución. En Chile la situación no era distinta. En el norte, en Sipe Sipe, las huestes
de Rondeau eran desbaratadas por los españoles. Con las fronteras desguarnecidas, Salta y
Jujuy eran invadidas. Solo quedaba en pie la Argentina.
Numerosa correspondencia de los pocos diputados presentes dan cuenta del desaliento,
acrecentado por las consecuencias de una guerra civil sin tregua.
Sin embargo, algunos hombres creían firmemente en la posibilidad de una Argentina
independiente, y entonces descargaron todo su empeño y el prestigio de una conducta sin
macula para alcanzar ese propósito. José de San Martín y Manuel Belgrano, por turno y cada
uno por su lado, dejaron testimonio de esa inconmovible fe en el destino de su patria.
Las vacilaciones terminaron. Era necesario decidirse aunque la decisión pudiera entrañar
la muerte si la revolución sucumbía.
El plan de labor del Congreso una vez que se hubiese constituido, revelo que los
representantes consideraban que el momento había llegado y estaban resueltos a asumir una
responsabilidad que fue su gloria.
Y así fue. El Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816 cumplió con su gran compromiso.
En un momento de dura prueba el país lanzaba un desafió a quienes intentaran someterlo. La
revolución no aceptaba otro arbitrio que el de la victoria.
Hoy, a distancia aun de haber resuelto todas las cuestiones que den certeza y sólidas
raíces a nuestra identidad como Nación, es mas, cuando hemos sufrido una profunda
desculturizacion de nuestro pueblo y se ha enajenado gran parte de nuestro patrimonio a
favor del extranjero, desde el Centro de Estudiantes rendimos homenaje a quienes llegaron
al extremo de sus posibilidades por creer que Argentina era posible, con libertad y con
independencia.
A 90 años de la Reforma Universitaria
volvamos a ser protagonistas!!!
TU Centro de Estudiantes
Conducción 2008
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