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Día de la Mujer
Una revolución puertas adentro
*La inserción de las mujeres en el ámbito público no es acompañada por una
redistribución de las tareas domésticas, generando una sobrecarga en las
que trabajan en el mercado laboral, y deja en las sombras el rol del ama de
casa como agente económico.*
Limpiar, lavar y arreglar la ropa, preparar los alimentos, hacer las
compras, hacer reparaciones y mantenimiento del hogar, cuidar de los
chicos, enfermos o adultos mayores de la familia, ayudar en las tareas
escolares; encabezan apenas una larga lista de acciones cotidianas, que no
se reconocen como lo que en realidad son: trabajo. A nivel nacional, recién
el año pasado se conocieron datos sobre la magnitud de ese trabajo no
remunerado, al que según la encuesta del Indec, las mujeres dedican seis
horas y media al día, el doble que los varones. Esos, y otros datos,
resultaron de consultar a 26.464.831 personas de 18 años y más de edad
residentes en hogares particulares de localidades de 2 mil o más habitantes
de todo el territorio nacional. El estudio es representativo de una
situación que con matices se repite en todo el país, y que arroja que el
88,9 por ciento de las mujeres realiza esas tareas no remuneradas, mientras
que el promedio masculino es del 57,9 por ciento.
“El trabajo remunerado nos da autonomía económica de las mujeres y esa es
la base de nuestra libertad. El problema es que caímos en una nueva trampa
del patriarcado porque democratizamos el acceso al ámbito público, pero no
se ha democratizado el doméstico por lo que las mujeres trabajamos hoy
mucho más que lo que trabajaban las generaciones anteriores. En el trabajo
fuera de casa obtenemos la autonomía económica, en el mejor de los casos,
pero luego viene otro trabajo que sigue sin visibilizarse y no entra en las
estadísticas, que sigue cayendo sobre la espalda de las mujeres”, sintetiza
la docente, investigadora y extensionista de la Facultad de Ciencias
Económicas, Fernanda Pagura.
Aunque la encuesta de Indec y otros estudios puntuales –en Rosario y el
Gran Buenos Aires– comienzan a generar datos para hacer visible el trabajo
no remunerado, Pagura cuestiona que “esas primeras estrategias de medición
del uso del tiempo en el ámbito doméstico, si bien permiten visibilizar el
trabajo, que hacemos casi el 90 por ciento de las mujeres, aún no se las
lee como un aporte a la economía global. En el PBI por ejemplo, el trabajo
no remunerado no aparece, sino que se mide el trabajo regulado en el marco
de la economía formal”.
*365 días, 24 horas diarias*
Un factor que incide en el aumento o disminución de esa inversión de tiempo
es si la mujer tiene hijos o una pareja: “paradójicamente podríamos pensar
que cuando hay más de un adulto responsable en la familia, las horas de
trabajo de cada uno son menos, pero resulta que las mujeres solas que son
jefas de hogar con hijos trabajan menos que cuando tienen una pareja
masculina”. En este sentido, del estudio surge que las mujeres divorciadas
ganan para ellas una hora y medio promedio en relación con las
convivientes, mientras que entre los hombres divorciados aumenta la
proporción de trabajo doméstico.
El sostén de esta distribución de las tareas son fuertes mandatos sociales,
roles establecidos que asignan a los varones el rol de proveedores del
hogar, con una fuerte inserción en el ámbito público; mientras que las
mujeres están referenciadas a las labores domésticas y de cuidado. En ambos
casos, los estereotipos deberían ser puestos en cuestión. En este sentido,
Pagura sostiene que si bien en los últimos años comienzan a percibirse
cambios “los varones no terminan de responsabilizarse en las tareas
domésticas, que se siguen percibiendo como propias de las mujeres, por lo
que no puede haber una democratización, que implicaría paridad en la
distribución. La idea de que es el hombre quien debe proveer al sostén del
hogar, es también un mandato social muy fuerte asociado a un trazo de
masculinidad que también hay que revisar”.
El sexismo que subyace en las metodologías de las encuestas que introduce
como variables el ser varón-mujer –dejando de lado otras experiencias
genéricas– deja fuera de este cuadro de situación a las parejas y familias
homoparentales. Al respecto, Pagura conjetura que “podemos suponer que en
estos modos de ser familia, la distribución desigual se puede estar dando
entre la persona cumple un rol de proveedor del hogar, mientras su pareja
acumula mayor cantidad de tareas domésticas. Pero son conjeturas, puesto
que no hay estudios empíricos al respecto”.
*Trayectorias laborales*
Cuando se analizan estos indicadores por clase, Pagura señala un fenómeno
sobre el que sí existe una mayor reflexión: entre las mujeres más pobres
las trayectorias laborales aparecen intermitencias ocasionadas por la
necesidad de ingresar y salir del mercado de trabajo, en función de que
alguien más –otra mujer de la familia, generalmente– pueda colaborar en la
crianza de los hijos: “Su trayectoria laboral queda fracturada, sin
densidad, con escasas posibilidades de crecimiento”.
En otros grupos sociales, por ejemplo entre mujeres de clase media que
accedieron a estudios universitarios, se generan a causa de esta doble
jornada, desigualdades en las posibilidades de desarrollo profesional: “el
momento de despegue en la pirámide organizacional de la carrera de
investigación por ejemplo, coincide con la etapa reproductiva de las
mujeres, por lo tanto los varones despegan más rápido mientras que las
mujeres que deciden tener hijos pueden encontrar dificultades para
progresar en su trayectoria laboral”.
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